lunes, 3 de mayo de 2010

Conciencia


Un día y nunca más.

Por lo menos, me queda Nicolas Cage y Leaving Las Vegas.


...

Corro. Corro todo lo que puedo. Corro como si pudiera escapar del peso que oprime mi corazón. Pena.

Hace frío. Si sabías que íbamos a pasar la noche aquí al menos podrías haberte traído una chaqueta ¿no? No, claro, se me olvidaba que tú eres el señor Sufridor. Baste que dispongas de la más mínima comodidad para que te des asco a ti mismo. Menudo imbécil. Si piensas que así lograr algo lo llevas claro. ¿Te digo lo que consigues? Un dolor de espalda por dormir en un colchón viejo. Luego no me extraña que estés todo el día de mal humor y gruñas a todo el que pasa. Te lo tienes merecido.

Yo siempre me preocupo por ti, incluso cuando crees que no. Y, ¿de qué me sirve? Lo único que recibo de tu parte es desprecio y unos grados de alcohol para que me calle. Como si la mierda esa que tomas (¿absenta se llama?) pudiera hacerte sentir mejor. ¡Venga ya! Si lo sabes... Sabes que tarde o temprano despiertas con un dolor de cabeza terrible y el ojo izquierdo te duele como si te apretaran desde dentro con un lápiz y la boca está seca en plan cóctel de estropajo viejo y arena y la garganta te arde y escuece y a veces cuesta tragar. Entonces coges y levantas a fascículos. Primero el pie izquierdo —no vaya a ser que la suerte te sonría alguna vez—, luego el derecho. Tanteas el borde de la cama con las manos para buscar un punto de apoyo y así darte impulso... Un impulso que ni de lejos te atreverías a darle a tu vida, porque en el fondo eres un cobarde indeciso. Así que todo lo que te queda es ir, bajar, abrir la nevera y equivocarte, y en vez de coger la leche coges el vino blanco que mamá guarda para la comida de esta tarde, pero tú no te das cuenta, y sigues. Abres el armario sacas el Cola-Cao y lo echas en el vaso y... ¡voilá! Vinocao listo para desayunar. Qué asco, por Dios.

Así un día tras otro, mes a mes. Todo porque eres incapaz de afrontar la realidad y echarle un par, como debe ser. Pero, ¿sabes qué te digo? Que ya me da igual. Paso de ti y de tus tonterías. No me importan tus problemas. Llevo aguantándote toda la vida, dándote cientos de consejos que tú, orgulloso, no aceptas, pero que luego han resultado ser de lo más acertados. Vete con tus dudas al Otro. Él siempre está dispuesto a decirte cosas bonitas, a comerte la oreja para que hagas lo que quiere. Te juro que si nuestra vida no dependiera de ello le cogía y le hacía picadillo todas sus cavidades y todas sus malditas válvulas. Oh, sí, cuánto disfrutaría haciéndolo, no lo sabes tú bien. Tiene suerte de que le necesitemos.

Aunque si estamos hoy así aquí es por su culpa, no nos vayamos a engañar. Si no, ¿por qué está él destrozado y tú sentado en este balcón con los pies colgando?

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