jueves, 29 de julio de 2010

Su regalo :)

Él, sólo él. Es blanco, es negro y es gris, un te odio y un te quiero en mi, es dos polos opuestos de un mismo imán.

Pincha aquí para ver esta foto.

Es como un carrusel, de daño y de placer, quererte odiar y no poder.

Pincha aquí para ver esta foto.

Después de medio mes juntos ahora se me hace extraño que no estés aquí, no picarte, pellizcarte, pedirte cosquis en todo momento… Es diferente, no sé, yo tengo mis manías y tú las tuyas, me encanta discutir (en plan bien) y así hacerme la enfadada, cuando sabes y de sobra que nunca me enfado, no puedo y menos contigo :). Podría ser egoísta y haberte dicho que tu cumpleaños lo pasaras aquí pero bah, se que prefieres pasarlo con familia y amigos, y bueno lo entiendo, yo si en el mío tuviera elección haría lo mismo :).

Pincha aquí para ver esta foto.

Eres un perezoso, medio roncas, tomas café bombón o batidos, fumas cachimba pero de menta no que sabe mal, nunca quieres cortarte el pelo, no tienes orientación (al igual que todos los hombres) pero si tu orgullo de macho para NO preguntar, criticas mis maneras de descongelar pan, eres un galgo y un borracho, pero te quiero.

Pincha aquí para ver esta foto.

Se que me vas a echar de menos, llorarás todos los días y dirás “¿por qué?”, pero como ya te he dicho no llores, se un hombre y no te comportes como una nena, ni te rías como una :P. Y bueno mantén el consuelo de que Madrid-Salamanca son como 3 horas o así en bus y tendré sofá.

Felices dieciocho mi pequeño summercat :)

atte.: la chispa de tu vida ;)

P.d. ¿Lo adivinas?

Pincha aquí para ver esta foto.

martes, 6 de julio de 2010

Cuando las cigarras lloran



O en japonés, Higurashi no naku koro ni :3

Pedazo anime/manga/novela (creo xD)/videojuego que os recomiendo ver/leer/leer/jugar. La historia puede parecer un lío al principio, y aunque a partir de Higurashi no naku koro ni kai sabemos ya el por qué de tanta resurrección no es hasta el último "juego" que descubrimos... (no lo digo porque a mí me produjo tal satisfacción descubrirlo que no quiero quitárosla a vosotros :D).

Pues eso, un anime de los que enganchan, porque tiene de TODO: acción, violencia, amor, ciencia ficción, "magia", animales... xDDD En serio, adictivo :)

Además, la banda sonora es insuperable; da la ambientación perfecta ^^

Omochikaeri! :D (quiero llevármelo a casa xD)

lunes, 5 de julio de 2010

Zamora

Esto lo escribí hace unos meses...

Zamora, a 16 de noviembre de 20…

A mis muy adorados…:

Sólo me queda este dolor. El dolor es lo único que me recuerda que alguna vez he estado vivo. Es un dolor intenso, ardiente, que se extiende por todo mi cuerpo hasta acariciar dulcemente las yemas de mis dedos y besar mi frente ardiendo. Me envuelve en amorosas lenguas de fuego que poco a poco van quemando mi piel, mi carne, mis huesos, ¡el tuétano! Nada hay ya a salvo de esa angustia plantada en mi cabeza y regada con esmero durante tan largos años.

Seguramente os estéis preguntando por qué os escribo después de tanto tiempo. Como comprenderéis, carezco de respuesta. De encontrarme yo en situación de responder a esa cuestión, creedme que ni siquiera hubiera cogido el folio o pensado en alargar la mano hacia el bolígrafo. Las únicas razones sobre las que mi mente se atreve a especular me parecen tan infantiles y cobardes que carecen del valor suficiente como para mancillar mi mensaje. Contentaos pues con recordar aquello que os dije una vez a las orillas del Duero, bajo el Puente Romano, en la playa de Benidorm.

Empiezo esta carta tirado sobre la mesa, con una botella de whisky mirándome desafiante desde el minibar. Apenas ya si me quedan fuerzas para resistirme a su llamada. ¡Es tan dulce ese canto del olvido! Pero debo resistirme. He de mantener la mente clara y el pulso firme. No puedo permitir que el dorado néctar perturbe los escasos recuerdos que aún conservo. Bastante enajenado me encuentro ya como para sumarle el efecto de su tierna melodía. Seguro estoy de que su maternal abrazo me haría eludir mi resolución un par de noches más. Pero he tomado una decisión, por lo que si hiciera lo contrario lo que controlaría mi cuerpo no sería yo, sino vosotros. Y espero que supongáis que eso es algo que no tengo intención de permitir. Mas dejemos ya la cháchara. En verdad me veo obligado a apresurarme; es tarde y pronto saldrá el Sol. Para entonces, todo habrá acabado.

Mirando a través de la ventana, veo avanzar la Luna en su indiferente carrera a través del cielo. Ella allí, blanca, rodeada de Estrellas que apenas si son capaces de hacerle la más mínima sombra, nos observa. Y parece que se ríe. ¿De qué? De nosotros. De nuestra vida de mortales, preocupados por la inmundicia, obligados a nada y a todo, viendo la vida pasar pero sin aferrarnos a ella, dejando que el tiempo nos esculpa con el cincel impasible de los años. Rindiéndonos a la muerte. ¡Ah, de ti, Mujer Blanca! ¿Por qué no eres capaz de apiadarte un poco de nosotros? Baja de tu trono negro, deja el cielo a oscuras y siente por una vez lo que es sentir de verdad. Desearía por todos los medios que estuvieras aquí a mi lado esta noche. Estoy convencido de tú, con tu frialdad, serías capaz de despojarme de este ardor que se ha apoderado de mi alma y que se niega a abandonarme, gritando como un niño pequeño que le deje jugar un rato más.

Aunque… un momento. Pero qué cosas digo.

Perdonadme queridos… ¿Cómo voy a pedirle eso? Si ella bajara a hacerme compañía por unas horas, ¿quién contemplaría la desdicha de la raza humana? La Luna no es más que la eterna espectadora de esas vidas, que son como granitos en un reloj de arena: uno tras otro se deslizan en una estrecha procesión procesión, intentando desesperados aferrarse al vidrio, pero empujados implacablemente por sus compañeros, estúpidamente ansiosos de correr la misma suerte. Y entonces, cuando la arena se agote, no quedará más que Ella, cronista de todas las eras.

Pero aunque por mi discurso pueda parecer lo contrario, he de confesar que no me importa lo más mínimo si salvará el resto de sus noches sola, o si encontrará un compañero que le haga compañía. ¡Desde luego que no! ¿Qué me importa a mí el destino de aquélla que tanto me ha hecho sufrir? Ella, que vivió conmigo mi caída hasta el fondo del Abismo, que me vio hundirme en el Océano de los Desgraciados y por no decirme nada no me dijo ni adiós… No. Mi duda surge al intentar adivinar en lo que pasa después de, qué se siente cuando recibes el abrazo de todos los granos que cayeron antes que tú, o al recibir el peso de todos los que vendrán después. ¿Me importará? Seguro que no. ¿Estaré incómodo? Quizá. ¿Tendré miedo? Por descontado.

Sí queridos, tengo miedo de la Noche. Tengo miedo de lo que ocultan sus sombras. Tengo miedo a cerrar los ojos un día y no volver a despertar. Acepto que estas palabras salidas de mi mano puedan carecer de sentido, pero poco queda ya en mi vida que lo conserve. Todo quedó sepultado bajo toneladas de escombros, corazones rotos e ilusiones baldías. Mi mundo fue poco a poco carcomido por las termitas del odio ambicioso y la pasión desenfrenada, quedando poco más que agujeros en mi corazón. Me he convertido en un pelele que únicamente se dedica a caminar por pasillos desiertos de sentimiento pero abarrotados de aquéllos que se hacen llamar gente. Me he convertido en uno de esos que tanto odié. No valoro nada. Nada me importa salvo… la Nada.

La Nada es lo único que queda dentro de mí. Al contrario que en la historia de Ende, yo no he rehuido de la no-existencia; todo lo contrario. Me he acercado a ella con una sonrisa pintada en la cara y un ramo de Flores, dispuesto a contentarla y hacerle el amor, preparado para entregarme a ella al precio que fuese. Estaba desesperado por vaciarme. Dios mío, cómo ansiaba dejar de sentir, dejar de pensar en mis errores, dejar de escuchar las Voces de los Muertos, dejar de ver un mundo lleno de técnica pero al que le falta el color. En resumidas cuentas, dejarme llevar.

Una vez me dijeron que los valientes siempre ganan. Yo hace tiempo que dejé de ser valiente. Me cansé de luchar, ¿para qué? Es inútil que me resista. Soy de los que piensan (¿qué digo piensan? ¡Saben!) que el Destino ya está escrito, y poco vale que nos esforcemos en cambiarlo. Llamadme fatalista si os place. O pesimista o masoquista, puestos a desvariar. Si eso significa que estoy perdido, adelante. No creo que mi vida tenga ya ningún sentido. ¿Para qué malgastar entonces el poco tiempo que me queda en un combate perdido a priori? El Mundo y yo somos como dos guerreros enfrentados en una injusta justa medieval. Es algo que veo claro como mi reflejo en un espejo y la desesperación en mi soledad. Es una imagen tan nítida que si no tengo cuidado me engulle. En mi visión, él va enfundado en una brillante armadura negra, yo desnudo. Su cabeza está coronada por un afilado yelmo de ondeantes penachos rojo carmesí, la mía llena de ideas de suicida y envuelta en un paño tupido y prieto. Su montura es un gallardo caballo blanco de ojos decididos, yo cabalgo una pequeña y temblorosa yegua baya. Él se encuentra armado con una larga lanza de ébano cuya punta va rematada con una delicada mano de aldaba, yo llevo en mis manos pluma y tintero.

¿Qué cabe esperar, pues, del resultado de la batalla? ¿Creéis siquiera que merecería la pena espolear a la yegua? ¿Para qué? ¿Para que el Mundo envista con toda su real fuerza y atraviese con su frágil puño el descorazonado pecho? ¿Acaso no sería preferible bajar de la jaca, arrodillarse ante él y suplicarle un fin rápido o, mejor aún, agarrar con furia la pluma y darse muerte antes de que el otro tuviera oportunidad de atacar?

Morir, morir o morir. Queridos, no nos quedan más opciones. Y no sé vosotros, pero antes de permitir que el peso de la edad me venza con su descomunal ventaja, antes de ir llorando ante quien fuere para que ejecute lo que no me atrevo a cometer… antes de todo aquello prefiero ser yo mismo el que, pseudo-valientemente, se enfrente a su destino y decida el cuándo, el dónde y el cómo.

Mi decisión no ha sido precipitada. Podéis fiaros de mi palabra cuando os digo que el deseo de acabar con todo viene de muy largo. Lo más probable es que comenzara a gestarse en mi infancia y adolescencia, cuando la falta de cariño y atención me llevaron a pensar si todas las personas del planeta se sentirían tan solas como lo hacía yo. De pequeño no había día que no llorara. Miraba a mi alrededor y allá donde mirara no veía otra cosa que desgracia: mi madre, amargada al contemplar marchitarse la belleza y juventud de las que tan orgullosa estaba; mi padre, irascible y antipático cualquiera de nosotros; mis hermanos, brutos e insipientes; mis profesores, hartos de aguantar mocosos malcriados; mis compañeros de colegio, angustiados por las más insignificantes tonterías… Todos y cada uno de ellos desdichados en mayor o menor medida. Y yo los observaba con lástima, sin mover un dedo por ayudarlos. ¿Por qué? Porque yo no aparentaba ser más feliz que ellos, y si aquellos se apenaban por lo inevitable no eran capaz de notar que necesitaba su ayuda, ¿por qué habría de ayudarlos a solucionar sus problemas? ¡Si ellos ni siquiera se dignaban a mirarme! Allá cada uno con su vida, que yo viviré la mía.

Más tarde, cuando crecí, comprendí que mi postura no fue tan racional como yo había creído, pero ya era tarde: el germen estaba ahí y la mínima muestra de debilidad por mi parte lo haría despertar.

Mientras tanto, me había dedicado a forjar una máscara para los demás. Una máscara como la que tantos otros llevan para moverse por el Gran Baile de la Vida. Gracias a ella pude integrarme como si tal cosa, uno más entre la multitud. Pero mientras que esos otros acaban absorbidos por su falso yo, yo me creía distinto a ellos, pensaba que podía controlar la situación en todo momento y despojarme de mis mentiras a voluntad. ¡Craso error!

Es de imbéciles ilusos pensar que el fingir durante toda una vida no te conduce de la mano a aceptar la mentira que tú mismo creaste. Así me sucedió a mí. De pronto y sin previo aviso me descubrí siendo quien no era. El comportarme como los demás, hacer creer que pensaba como los demás, hablar como los demás, besar y amar como los demás me hizo desear bailar como los demás.

A mí.

Yo, que siempre me había jactado de las preocupaciones y aspiraciones de los demás, me encontraba queriendo compartir con ellos esas preocupaciones y esas aspiraciones. ¿Cómo demonios era posible? Caí en la cuenta de que todo lo que había hecho hasta aquel momento no era sino intentar comprender a aquellos infelices que de simples me parecían brutos, pero sin detenerme a pensar que antes de todo aquello debía conocerme a mí mismo. Esa idea me atravesó como un rayo y puede decirse que me hizo despertar. El hecho de no saber quién era implicaba necesariamente que en realidad no era como era. Una idea enrevesada, bien es cierto, no obstante, recordad que mi mente no está todo lo clara que debería.

Además, gracias a ella fue que os conocí.

Poco o nada debo o quiero mencionar de mi etapa con vosotros. Estabais ahí. Fuisteis quienes me ayudaron a despojarme de esa máscara de carnaval. Estando con vosotros pasé fugazmente de capullo (entiéndase en ambos sentidos) a flor, a sentirme lo más lleno y completo que me he sentido nunca. Pero con vuestra compañía volvía a fabricarme otro rostro. Más sutil, eso sí, más velo que escayola, mas máscara al fin y al cabo.

Cuando volví a darme cuenta de esta verdad sentí ganas de llorar y vomitar al tiempo. Llorar porque ansiaba reencontrarme con mi pasado, emblema de todo aquello que he despreciado. Vomitar para sentir que la purga me vaciaba, vano intento de encontrar corriendo por mi cuerpo algo que de veras pudiera llamar mío sin el menor miedo al error. Imposible. Todo lo que había construido, todas mis metas y expectativas estaban cimentadas en una nueva mentira, en una nueva negación de mi ser. Por mucho que me hubiera esforzado había vuelto a cometer el mismo error de siempre: no aceptarme, no atreverme a reconocerme tal y como era en verdad. Estuve cerca, de eso no tengo duda. Pero mi cercanía es comparable a la de quien en la noche alza brazo, extiende el dedo, guiña un ojo y dice haber tocado una Estrella. Por muy cerca que aparentemente estuviera de lograrlo eso no servía de nada. ¡Bastaría abrir el otro ojo para revelar el engaño!

Huí de vosotros. Decidí entonces que si no podía vivir mi vida me dedicaría sin remedio a abusar de aquélla de la que no podía escapar. Mi nueva máscara estaría compuesta de hojas de periódico y chapas de botella. Me limité a ceder ante el desenfreno y la lujuria todo lo que mi ajustado presupuesto me permitía. Bebía, dormía y me acostaba con la prostituta más barata que pudiera encontrar. Mi no-vida se había convertido en la de cualquier borracho desangelado. Mi mente y razón luchaban por hacerme entender que ese no era el camino adecuado, gritaban que las dejara salir. Pero mi cuerpo no era generoso con ellas. Gozoso sacaba el billete más grande que podía encontrar en los pantalones (pues la cabeza la perdí el mismo día que la cartera) y compraba la botella con más grados de Alivio hubiera en aquel lar. Así de fácil, nada podía ser más sencillo que eso. Las voces callaban ahogadas. Un torrente de anestesia se disolvía en mi sangre. El Mundo giraba y yo giraba más rápido que él.

De esta forma pasaron años. Digo años para que me entendáis, porque poco me importaba a mí si era de día o de noche. Frío, Calor, Lluvia, Sol, Primavera y Otoño no eran más que significantes sin significado, tapaderas de cajas vacías. Mi clima ahora era el que marcara el aire acondicionado y mi calendario la hora de cerrar.

Mas por desgracia adorados míos, ni las leyes de la Física estaban de mi lado. Había tocado fondo, y aunque mis uñas intentaran con desesperación rascar el suelo en busca de un agujero más profundo en el que caer sólo lograba hacerme sangre. ¡El Océano me obligaba a subir! Tan a gusto que me encontraba yo en su seno, cómodo al fin y con la seguridad de que el Fin estaba cerca. Pero no… el Mundo era lo suficientemente sádico como para levantarme, sacudirme el polvo de la chaqueta y darme un empujón para empezar el ascenso. Un buen ascenso. Un ascenso tan elevado que me permitiera ver con comodidad la piltrafa en la que me había convertido. Y yo quería ver. Mente y razón me aconsejaron que no lo hiciera. Mi equilibrio dependía de si la Vara del funámbulo se mantenía en equilibrio o si por el contrario me decidía a perturbarla. Como os he dicho, mi mente y mi razón me advirtieron que no debía hacerlo, mas si de algo he pecado alguna vez es de soberbia. Me creía lo bastante entero como para enfrentarme a un dragón si hacía falta. Miré. ¡Oh, queridos, es peor cada vez que recuerdo lo que vi!

La visión fue tan horrenda que me hizo olvidar que me encontraba en medio de las profundidades y boqueé en busca de un aire que me llenara por dentro y por fuera. Ansiarme demostrarme que yo ya no era eso. ¡No podía serlo! ¡Ay de mí! Sólo encontré agua amarga para inundar mis pulmones y me destrozarme. Caí en la inconsciencia.

Cuando desperté me encontré en una terrible situación. No podía subir. Esa opción me había sido vetada al creerme demasiado bueno como para poder correr de nuevo antes de acabar de levantarme. Tampoco podía bajar. Todo mi yo me lo impedía. ¿Cómo explicarlo…? Me quería demasiado para permitírmelo. No deseaba ser de nuevo aquel despojo de carne y ropas malolientes. ¿Qué me quedaba? ¿Quedarme para atrapado por siempre entre la radiante superficie y el tenebroso fondo? ¿Qué era lo que estaba destinado para mí, el gris? ¿Condenado por siempre a no alcanzar la Gloria pero sin poder refugiarme en el Consuelo? ¡Maldito! ¡Engaño! ¡No podía ser verdad! ¿Verdad? Qué graciosa que es la palabra verdad. Nada es totalmente cierto.

Mentira. No hay verdades absolutas, salvo aquéllas que sirven para hacernos desdichados.

Mi frustración fue tal que a punto estuve de reventar. El desprecio que sentía por mí mismo sólo era comparable con las ansias de venganza que me tenía. Deseaba hacerme sufrir por haberme hecho sufrir. Me lo merecía. Era algo que me había ganado a pulso. Medalla de oro, de plata y de bronce, las tres juntas. Locura, en resumen. Para vivir así, mejor sería no vivir, pensé.

Luego mi mente calló. Y de pronto lo vi claro.

Repasando los argumentos que me habían llevado a mi actual estado de desesperación, descubrí en ellas una bonita sílaba: yo. Había concluido que lo que me impedía tocar fondo de nuevo era precisamente eso, todo mi yo. ¿Había encontrado por fin la respuesta a mi eterna pregunta? ¿Me había despojado por completo de la máscara? La respuesta, queridos, era .

Por fin, después de tanto, tanto tiempo me veía tal y como era: un ser tan sumamente egoísta que había preferido destruirse antes que reconocer su imperfección. Con vosotros no tenía necesidad de fingir porque erais tan egoístas como yo mismo. Éramos egoístas: para nosotros sólo existíamos nosotros y el resto del Mundo daba igual. Pero yo ansiaba más. Yo quería quererme a mí y que me quisierais, y quereros a vosotros como yo me quería. Y al darme cuenta de eso y al verlo imposible y al negarlo por culpa de mi propia naturaleza me vi forzado a abandonaros. Tenía que abandonar a mi Estrella. Era lo único que podía hacer, y hasta esta noche no he cambiado de parecer. Estoy seguro de que si de verdad me hubiese propuesto alcanzar la Estrella me habría consumido en un instante, incluso antes de acercarme lo suficiente como para decirle os quiero.

¡Mirad por donde! El Sol raya ya el Filo, no dejemos que se ponga celoso porque no estoy con él. No te preocupes, pronto me reuniré contigo.

Despedirme de vosotros me queda para siempre, amigos. He decidido abrazar de nuevo la Nada. He decidido entregarme a ella con todo mi arsenal, no como la última vez, indefenso. En esta ocasión no sólo llevaré mi sonrisa y las Flores, sino también una caja de Bombones y un anillo de Plata. Todo para que me quiera por siempre y no me deje marchar.

Lo único que deseaba hacer ya está hecho, partamos pues hacia la Aventura.

Atentamente:

S.A.