domingo, 21 de abril de 2013

Capítulo diez. No hacía sol: hoy te vi

-Hacía mucho que no te pasabas por aquí. Un día me cansaré de tus idas y venidas y pasaré a  no abrirte más la puerta.

Sin apenas escucharle saco mi paquete de Lucky. Él pone en marcha la grabadora. Echaba de menos aquella habitación de hotel y su ventana antisuicidios. Me siento en la butaca de siempre. El chico todavía sigue de pie, mirándome. Le tiendo el mechero y un cigarrillo mentolado.

-¿Qué opinas del conformismo?
-Resulta útil cuando se trata de no perder el tiempo... o la cabeza.
-¿Y el corazón?

Me pasa el cigarro, ya encendido, y contesta:

-Supongo que si tienes un corazón conformista no te queda otra que aprender a vivir con ello.
-¿Piensas que el corazón manda sobre la cabeza?
-Pienso que el corazón manda sobre todo.
-Pues te equivocas. El corazón no manda sobre el miedo, ni sobre la culpa. No tiene poder sobre arrepentirse de hacer o no hacer algo. Eso, y no otra cosa, es lo que nos lleva al conformismo. 
-¿Nos? Pensaba que tú nunca te rendías.
-Y no lo hago-y susurro-: siempre que la causa merezca la pena. Es el contraste con lo que no nos acaba de convencer es lo que nos hace darnos cuenta de lo que realmente queremos.


Trois Dalton

lunes, 8 de abril de 2013

¿Y quién no?

-Siempre estarán ahí. No puedo evitar rendirles un homenaje de vez en cuando. 
-¿Incluso aunque no pasara nada?
-Precisamente porque no pasó nada. Te enseñan que no pasa nada si no pasa nada. 

Trois  Dalton


Mi egipcio es especial,
qué olor, señor.
Tras la batalla
en que el amor estalla,
un cigarrillo
es siempre un descansillo
y aunque parece
que el cuerpo languidece,
tras el cigarro crece
su fuerza, su vigor.
La hora de inquietud
con él, no es cruel,
sus espirales son sueños celestiales,
y forman nubes
que así a la gloria suben
y envuelta en ella,
su chispa es una estrella
que luce, clara y bella
con rápido fulgor.
Por eso estando mi bien
es mi fumar un edén.


Dame el humo de tu boca.
Anda, que así me vuelvo loca.
Corre que quiero enloquecer
de placer,
sintiendo ese calor
del humo embriagador
que acaba por prender
la llama ardiente del amor.