viernes, 5 de octubre de 2012

SPNB

¿Alguna vez he dicho lo mucho que me gusta pasear por Madrid? Perderme por ahí y callejear, la gente, quedarte de pie mirando un edificio o sonreír porque recuerdas esas casualidades que pasan una y no más. El olor a violetas en un puesto en San Bernardo, ir hasta Alonso Martínez y bajar hacia Gran Vía por esas calles pervertidas de Chueca para luego hacer la tontería de subir otra vez por Fuencarral y acabar saliendo a la calle del Desengaño (donde no hay quién viva).

Pasear sin rumbo (o destino), solo o acompañado, acorta las horas. Hoy terminé no haciendo nada de lo que tenía previsto, así que ha tocado aplazarlo a mañana: exposición petada (probaremos suerte), ideas lejanas (esperemos que más cerca) y tiendas cerradas (recemos por que aparezca).*

No sé, hay días en los que echo de menos ciertas cosas en mi vida: situaciones, lugares, objetos y, como es obvio, personas. Y aunque me huelo que esos días son todos, hoy quizá me he puesto melancólico de más mientras paseaba, pero es muy duro disfrutar en solitario de algo teniendo en la cabeza a la persona exacta con la que te gustaría compartirlo. ¿Lo bueno? Que cuando venga ya sabré a dónde ir.

Hoy despejado un poco más la niebla de mi mapa y de este Nuevo-Nuevo Mundo me quedo con un par de restaurantes,  con la tienda que no sé describir pero que ahí está y con la chica de la cabeza rapada. Me quedo con una sonrisa extraña (de desconocida) y con muchas ganas de.

*Si pensáis que el párrafo es raro, no os imagináis cómo era el original.

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