viernes, 12 de octubre de 2012

Rodilla

"Entonces yo salí del metro y empecé a subir esa pequeña cuesta. Fue cuando la vi por primera vez. ¿Recordáis esa máquina expendedora que hay entre las escaleras mecánicas? ¿La que vende galletas Oreo? Antes había un puesto de sándwiches donde ella trabajaba a media jornada. Parecía aburrida y triste. Como para no estarlo. ¿Quién se iba a parar a comprar? Los que subían tenían restaurantes mejores en la estación y los que bajaban venían de allí.

La miré mientras me dejaba llevar. De perfil y apoyada contra el fondo de la caseta daba más pena todavía. Tenía esa cara que pone cuando deja de prestar atención a todo lo que la rodea. Hermosa. El reloj de la entrada a las dársenas marcaba y cuarto, había tiempo de sobra. Me di la vuelta y bajé. Me paré frente al puesto, tosí y le pedí un sándwich de atún. Me dijo que no le quedaban. De jamón, pero tampoco. Al final acabé comprando uno vegetal. Sí, Hugo, no pongas esa cara: ¡Yo con un sándwich de césped!


Le pagué con un billete de cinco. Le faltaban cinco céntimos para darme el cambio. Le dije que no se preocupara, que ya volvería a por ellos. Me respondió que lo veía difícil porque ese era su último día trabajando allí. Entonces le hice ver que cinco céntimos era una suma importante, que no podía quedarme sin ellos y que esperaría a que alguien fuera a comprar. Por supuesto, acabé perdiendo el autobús.


¿Por qué te ríes, Lu?"


"Cuando le preguntamos a mamá el otro día confesó que tenía monedas de sobra."

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