lunes, 16 de enero de 2012

Pavos reales y gatos

Llueve. Me gusta cuando llueve. Y más desde que tengo este cuarto con tragaluz, porque puedo darme la vuelta y domir mirando al cielo. Al menos hasta que me quito las gafas.

A veces pienso que me gustaría no depender de ellas. Otras creo que me gusta más mi vida así, pegándome algún que otro mamporro si no me ando con cuidado.

Muchos de los golpes me han hecho feliz y la mayoría me han llevado hasta donde estoy ahora.

Sea como fuere, dentro de poco acabo los exámenes y ya tengo mis planes de siempre: leer, escribir, viajar y estar con ( ).

Respecto a lo segundo, aquí os dejo un trocito de algo conseguí este verano. Quien lo escribió acabó renegando de su obra, pero yo le tengo un cariño especial a estas líneas.

Creo que porque las leí por primera vez en un castillo que miraba al mar.

"Desde luego puede que se trate de un simple rumor, cuentos de viejas. Lo cierto es que nadie volvió nunca a saber nada de aquellos dos muchachos. Pero puede ser simplemente porque ellos lo decidieran así. El morbo que da pensar que se suicidaran es suficiente como para acallar el hecho de que nadie en el pueblo viera los cuerpos. En teoría, sólo el médico, L, tuvo ocasión de hacerlo y su testimonio no existe. Que en la actualidad anda, y eso sí es totalmente cierto, un poco mal de la cabeza no es ningún secreto. A sus casi sesenta y pico años pasa los días encerrado en casa, dedicándose a la jardinería y al cultivo de hortalizas, y si por casualidad alguien se atreve a preguntarle sobre el tema simplemente sonríe y no responde. Si insistes, nada. Algunos achacan esta mudez selectiva a un inmenso y profundo sentimiento de culpa. Diríase que su cerebro se desconecta ante la mínima mención de los jóvenes R.M. y J.C. Y digo jóvenes, pero tenían (¿tienen? No sé si a alguien molestará este uso del pasado) sólo dos años menos que yo. Ese año J cumplía los 18 a primeros de agosto. Pero aunque hayan pasado ya década y lustro desde entonces en la memoria de todos permanecerán por siempre como un par de chiquillos.

Tristemente, las familias de ninguno de los dos nada quieren saber ya del tema. L.M. se fugó con su amante poco antes de que todo terminara y ni siquiera sus antaño mejores amigas saben dónde para ahora. B se marchó a la capital a estudiar en la universidad y para cuando empecé a interesarme por la historia también se había evaporado. S.M., por desgracia, murió dos años después de los hechos, después de toda una vida trabajando en la mina. En V los menos chismosos dicen que la Muerte se lo llevó con tanto adelanto debido a una neumoconiosis complicada y (por) el sufrimiento que le causaba la desaparición de R; los más atrevidos no descartan que la larga mano de los C. tuviera algo que ver.

En cuanto a éstos, que continúan viviendo en V, niegan en rotundo el haber tenido siquiera un hijo. La historia, la forma de ser, la mentalidad anclada en el pasado del clan C. les llevó a repudiar por completo a su único vástago tras lo sucedido aquel verano. Sólo N mencionó alguna vez a J, diciendo de él que estaba segura se encontraba en la Gloria, aunque nunca quiso aclarar si lo decía de forma figurada o literal. Como alguna gente en V (¿demasiada endogamia quizá?), N nunca estuvo muy en sus cabales, y poca cosa con sentido se pudo obtener de ella antes de que nos dejara.

En cuanto al resto de personajes en esta historia, su final no es menos confuso: C sólo estaba en V por motivos de trabajo y tan pronto como los acabó se marchó de nuevo a París; M terminó renegando por siempre de R y T acabó muerto."

Trois Dalton

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