lunes, 2 de mayo de 2011

Hambriento

Sin comida y sintiéndome satisfecho por todo lo que he estudiado, he decidido hacer un descansillo y navegar un poco por la red.

Y en éstas que estoy cuando me digo: "Oye, vamos a meternos en Facebook." Sorpresa, sorpresa cuando veo que tengo a gente agregada que no me esperaba. ¿Fue que envié una invitación sin querer? ¿Que me la enviaron y yo le di a "sí" sin mirar? (esto podría ser, porque Facebook me atonta mucho, con tanto anuncio y tanta mierdecilla que tiene) ¿Que Hotmail se cree Dios? Sea como fuere, una revelación curiosa cuanto menos.

Y esto me trae de nuevo a la cabeza una idea que correteaba suelta por ahí hace tiempo: las relaciones como pequeñas velas que se encienden, arden (con llamas de todos los colores) y se apagan.
No es nada original, desde luego, pero esto de vivir fuera hace que des cuenta de qué velas se mantienen encendidas por el simple hecho de estar cerca y cuáles arderán hasta que no quede cabo.

Puedes conocer a mucha gente, puedes apreciar a alguien asintóticamente hasta el infinito durante un breve período de tiempo, pero si a esa persona no te une un lazo íntimo, raro e inexplicable pero que ahí está, entonces prepárate a que la cubra un vasito de cristal. Luego, tiempo.

Aunque, bueno, esto no quita que por azares del destino alguien venga, te convenza para hacerte Tuenti y una de las primeras personas a las que busques sea ella, o a él, y que en medio de esa atmósfera reductora salte una chispa. Que prenda o no no es cuestión de suerte. Por mi parte, yo siempre le hago un micro-agujero al vaso. Por lo que pueda pasar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario