sábado, 24 de abril de 2010

Cáscara

Bueno, aquí andamos de nuevo =)

Como dije ayer, hoy he ido a por el traje de la graduación :3

xDD

Me gusta mucho :) (pero yo no voy a hacer como Javi y no se lo voy a enseñar a nadie hasta el 4 de junio muhahahaha!)

También, mencionar con cierto atraso que ayer fue el Día del Libro xDD Estaba tan contento que apenas si me acordé :0

Hoy, a Puente Tocinos al mini Salón del Manga ^^ (lástima que no tenga "dinero cash" jaja, si no me compraba algo u.U)

Weno, y ya sin más dilación, el trabajito ^^ (ahora que lo releo, me sorprendo que ganara... aunque el premio fue compartido :D)

Asias a todos :)

Pocos son, y los que son bastan.

Le preguntaron una vez a qué se debía su enfado, ese odio irracional que expulsaba por sus poros, que le teñía la lengua de negro y las pupilas de gris. No dio respuesta. ¿Para qué? Es más placentero dejarla encerrada, bien dentro, donde no pueda verla nadie. Así, en la oscuridad del pensamiento y en lo frío del resentimiento, madurará mejor.

La quiere toda en su interior, entera, intacta. Ningún dedo salvo los suyos tendrán jamás el derecho a tocarla, ningunos ojos excepto los suyos la gracia de observarla, sólo sus labios se han ganado el derecho a pronunciarla.

Por supuesto, nadie debe enterarse de ese secreto. ¡Horror! Si alguien lo hiciera, la fachada de impasibilidad que con tanto esmero ha construido se vendría abajo como un castillo de naipes. Su pecho al descubierto, su corazón caliente y palpitante quedaría a la vista de todos, como el rostro feo de un comediante que pierde la máscara al tropezar. Ocultar esa respuesta al mundo es su mayor orgullo y su más deliciosa pasión.

Por las mañanas, antes de levantarse, dedica unos minutos a contemplarla con los ojos bien cerrados, no fuera a ser que la luz del Sol hiriera la envoltura de sinsabores. Durante el día, a escondidas, y sólo tras asegurarse nerviosamente de que nadie mira, la saca y acaricia, deleitándose con el tacto gélido de las espinas, soñando que laceran su carne, arañándole surcos asimétricos por todo el cuerpo. Y siempre antes de dormir, ya por la noche, cuando está en la cama, le gusta abrazarse a ella, gozar de su frialdad, de su hueco vacío.

Sobre el cómo llegó a formularla, ni siquiera su corazón está seguro. ¿Dejó alguno (de tantos monstruos) la semilla bien enterrada? ¿Había sido una mano (de tantas garras) la que se dedicó a regar? No puede decirlo.

Lo que sí sabe es que la planta ha crecido fuerte y espesa, como una zarza, abrazando su pecho con múltiples sarmientos que se enredan y estrechan, oprimiéndole de una forma francamente maravillosa, ahogando el resto de emociones en el océano de su temor. Los pinchos se van clavando aquí y allá, dejando, como pequeñas moras rojas, una interminable lista de heridas abiertas en su vida.

Mas nada de esto notará el observador; ni el más aventajado podrá discernir quién es entre la multitud, pues hasta parece una persona de verdad. Lleva a cabo todos sus actos con la pasmosa naturalidad de un actor profesional: sus lágrimas son tan saladas como las de cualquiera y su risa igual de franca. Habla, canta, anda, danza. Sólo en los momentos de debilidad puede verse en su rostro un tic nervioso que se asemeja mucho al dolor humano, una serie de espasmos seguidos del vertido de una avalancha de comentarios desbocados. Fue en una de estas ocasiones (como se deduce, tan raras) cuando le preguntaron a qué se debía su enfado, ese odio irracional que expulsaba por sus poros, que le teñía la lengua de negro y las pupilas de gris.

Sólo cuando esté a punto de morir, se atreverá a reconocer que la respuesta nunca le llegó a convencer. Ni un poco. Pero a pesar de ello, prefería seguir engañándose.

¿Es acaso peor eso que reconocer la triste realidad?

Un momento. ¡Atención! Su corazón agoniza... Un latido... y expira.


Pocos son, y los que se quedan no cambian.

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