Creo que es la menopausia. O la pitopausa (que de esta llevo
ya un rato). Creo que es el inconformismo. Creo… veréis, es difícil explicarse
cuando uno quiere decir algo sin decirlo (es posible que esta entrada acabe
hecha un barullo y no me entere ni yo de lo que pongo así que pido perdón por
adelantado. O no. Que os jodan), es difícil sacarse la espinita cuando no
quieres que escape toda la mierda a borbotones. Y menos cuando sabes que las
posibilidades de que eso solucione algo sean de ciento ochenta menos pi.
Es la tontuna que se me mete en la cabeza. Y el
egocentrismo. Un cóctel rico rico de verdad. De esos que te hacen sentir mal y
bien. Vamos, Tribunal hasta el aeropuerto. Bipolar. Quisiera poder irme de la
lengua y liberarme de este estúpido juego a dos bandas. Pero si de algo sé es
de qué puede funcionar y qué no. No quiero seguir jodiendo la marrana, pero no
puedo evitarlo. Algunas cosas son más importantes que otras y nada cambiaría si
hubieras dicho ¡dibs! porque sabes que el mundo no funciona así.
Me alegro. Por eso insisto y soy pesado. ¡Ataca! No entiendo
la típica obsesión que tiene la gente a no hacerme caso. Esas cosas las veo
bien desde fuera y distorsionadas cuando lo intento desde dentro. Es una
especie de pecera emocional lo que llevo encima. Y porque me siento gilipollas
y hormonado deseo con todas mis fuerzas volver a casa. Como comenté con la roja
argentina un viernes bajando las escaleras del metro: me siento más adolescente
en la universidad que en el instituto. Y eso no puede ser, por mucho que ya
haya terminado el semestre (que mola más que el palabro cuatrimestre).
Creo que si hago lo que hago es ya más por costumbre que por
traición.
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