-Ya ves lo que tiene
que oír una. Dime tú si es impulsivo saltar de un vagón de metro mientras se
cierran las puertas. Con eso y todo, se montó en aquel autobús- no puedo evitarlo;
se me escapa una sonrisa recordando la noche completa: llamada, cita
interrumpida, charla, locura, policía y capucha. En algún momento tengo que
contarle esa historia-. Aunque mi intención no era recuperarlo. Sólo buscaba
acabar bien. Nunca te creas eso de que de los errores se aprende.
-¿Por qué? ¿Has vuelto
a saltar de un vagón en marcha?
-No. Pero he corrido
descalza por toda una ciudad para llegar a un tren, tragarme dos horas de viaje
y luego asarme de calor durante medio día esperando frente a edificios vacíos y
vagando por calles desconocidas. Y eso que
sabía de antemano que no me iban a recibir.
Se inclina un poco en
la silla.
-¿La misma persona?
-Otra-me río-. Pero la
situación era parecida. Y no me arrepiento. Me equivoco. Rectifico. Lucho y
cometo locuras. Y luego, ¿qué me queda? Historias que contar, gente a la que
recuerdo con cariño y el orgullo de no haberme rendido. Eso es más de lo que
muchos pueden decir, ¿no crees?
Salta el REC de la
grabadora. Tal era nuestro acuerdo de grabar cada palabra que aprovecho, le
hago una señal al muchacho y voy al baño mientras cambia la cinta. Cuando
vuelvo ya tiene preparado su comentario:
-Así que impulsiva,
persistente y obsesiva. ¿He de tener miedo?
-No, querido: básica,
visceral, práctica.
Trois Dalton
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